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jueves, 28 de febrero de 2013

El detective de Marlowe's Sons: El caso del empresario perdido (IV)

Capítulo 4

Me pasé la tarde después del encuentro con Mónica investigando sobre la vida y quehaceres del empresario perdido. José Manuel Azurmendi tenía 56 años –su mujer, unos 26- y era dueño de varias empresas relacionadas con sectores estratégicos de la ciudad: el agua, la basura y la limpieza de edificios y calles. Aparentemente, no tenía enemigos, aunque, la realidad indica lo contrario: un tipo con mucho dinero tiene demasiados enemigos: trabajadores descontentos; empresarios envidiosos; políticos que no son de su cuerda; yo mismo, por estar casado con la mujer más hermosa del mundo. En un mundo como el que vivimos, cualquiera tiene enemigos.

Azurmendi no era uno de esos empresarios hechos a sí mismos que tan gratos son en las historias económicas de Estados Unidos y tan envidiados por estas lindes. Era hijo y nieto de una notable saga de empresarios capaces de hacer dinero de un montón de mierda –literalmente, ya que su familia llevaba el asunto de la recogida de la basura en la ciudad desde tiempos inmemoriales-, así que el joven Azurmendi fue un niño de papa hasta que se hizo cargo de los innumerables negocios de la familia. Por su cuenta y riesgo, había iniciado otros negocios como una pequeña cadena de hoteles de lujo, un gran casino en pleno centro de la ciudad y el mayor centro de prostitución de la región.

Aparentemente, los negocios le iban bien y no tenía deudas. En los últimos meses el Ayuntamiento le había entregado una medalla al mérito empresarial, es decir, el mejor del año en llevárselo crudo sin pagar impuestos. Pero hace unas semanas, Azurmendi Limpiezas S.A. había presentado un concurso de acreedores que llevaría al paro a una plantilla de 250 personas. ¿Estarían los trabajadores detrás del secuestro del empresario? Tenía que investigarlo.

Por lo pronto, la noticia no había saltado a los medios de comunicación. Una pequeña cortesía de la mujer más hermosa del mundo: me daba 24 horas para averiguar el paradero de su marido. Una vez pasado ese plazo, ella misma iría a comisaría a contar la desaparición de Azurmendi. Así que tenía que darme prisa. Hablé con dos o tres contactos y ellos mi dieron las señas de una casa aislada en el campo.

Cogí un taxi, pagado por la mujer más hermosa del mundo, para hacerme llegar hasta allí. Era de noche ya y temiendo meterme en algún lío imprevisto, pedí al conductor que me esperara hasta que volviera a salir. Aceptó gracias a mi gran poder de persuasión: un billete nuevecito de 100 euros.

La casa estaba a oscuras y no había ningún vehículo en los alrededores. O estaba vacía o estaban todos en un garaje o en el sótano. Me acerqué sutilmente y agucé el oído: efectivamente, no se oía nada, salvo algunos animales nocturnos y un suave viento que venía del sur. Me acerqué a la puerta y saqué mi pistola. Nunca llevo arma, no tengo ni licencia, pero me hago acompañar de una estupenda imitación de una Magnum 357 que ni el mismísimo Harry el Sucio podría distinguir de una auténtica.

Pegué la oreja a la puerta y no escuché nada. Dentro de la casa todo estaba oscuro. Me di la vuelta y busqué una entrada posterior o un garaje. Llevaba la pistola en la mano. Caminé unos diez pasos y de repente escuché unas voces. Me giré a tiempo de ver como se encendía la luz de la habitación que estaba junto a mí. Me agaché y me puse a un lado de la ventana. Las voces subían de tono pero su conversación era bastante cordial. Debo estar duro de oído porque no entendí nada de lo que decían. Intenté acercar la oreja a la ventana a ver si conseguía captar algo de lo que hablaban. Un ruido extraño hizo que me agachara instintivamente. Detrás de mí había alguien.

-Eh, tío, ¿qué coño haces aquí? –dijo la voz.

Me di la vuelta y me encontré con un tipo normal, vestido con vaqueros, camisa de cuadros y una chaqueta vaquera. Tenía algo de barriga y estaba un poco calvo. Estaba claro que no era un sanguinario sicario contratado por algún mafioso.

-Soy detective. Un soplo me ha traído aquí –dije (la verdad siempre por delante, ya habría tiempo de mentir cuando llegue la ocasión). –He oído rumores de que tenéis aquí encerrado a Azurmendi, el tío que os paga las nóminas.

-Bueno, ja, ja, ja, querrás decir que nos pagaba. –contestó el otro muy serio.
-¿Por qué hablas en pasado? ¿Está muerto?

-No, hombre. Porque nos dejó de pagar hace casi un año. Y encima el cabrón nos iba a echar a la calle, sabes.

-Bueno, son cosas que pasan. No tenemos que tomarnos todo a la tremenda. ¿Qué vais a hacer con Azurmendi?

-No sé. Yo acabo de llegar pero me da que los otros han estado divirtiéndose con él un rato.

-No te entiendo, ¿le habéis estado pegando?

-No… bueno, el nos daba por el culo con el tema de las nóminas y nosotros…, ya sabes.
Pegué un silbido de sorpresa que debió de oírse en toda la casa.

-¿Y cuántos asaltos creéis que va a aguantar? –pregunté.

-Bueno, somos 250 tíos los que nos íbamos a ir a la calle, sabes.

-¿Puedo hacer algo para intentar deteneros?

-Bueno, serás detective y tal, tienes una pistola de pega, somos 250 tíos…, sabes. ¿Cómo lo ves? ¿Crees que puedes hacer algo?

-¿Tan evidente es lo de la pistola?

-Sí, colega, se ve el tapón en el cañón, sabes.- y se río salvajemente. –Lo mejor es que te vayas largando antes de que los de dentro se enteren de que estás aquí.

-Eso es precisamente lo que iba a hacer. No me gusta meterme en líos entre trabajadores y patronos. Lo mío no son las relaciones laborales.

-Haces muy bien, sabes.

La puerta de la casa comenzaba a abrirse cuando yo entraba en el taxi.

-Larguémonos de aquí cuanto antes. 


El próximo viernes se publicará el último capítulo de este relato.

2 comentarios:

AMG dijo...

Y el resto, para cuando? No es que te quiera meter presión, pero... :D

Juan Ignacio dijo...

Hola. Ya puedes leer el final del relato aquí: http://inigojis.blogspot.com.es/