Páginas

jueves, 19 de abril de 2012

Prólogo a un relato que no existe - (La desgracia de querer ser escritor)


“Para escribir hay que dejar de ser escritor, porque una cosa es querer ser escritor o pensar que se es escritor, y otra muy distinta es escribir”. (Enrique Vila-Matas)

“Leer a alguien que me gusta mucho es una formula para tener ganas de escribir. Uno se pone a escribir no porque tiene una oficina y una especie de maquina para hacer novelas, si no un poco porque lees a alguien que te gusta mucho y te gustaría hacer algo como ha hecho él”. (Enrique Vila-Matas)


“Al cabo, me di cuenta de que me había condenado al decirme aquella frase: -Usted dedíquese a escribir. No haga otra cosa en la vida”. (‘Paris no se acaba nunca’, de Enrique Vila-Matas)


“Writing is no longer an act of free will for me, it’s a matter of survival”. (Paul Auster)“Escribir ya no es un acto de libre voluntad para mí, es una cuestión de supervivencia”


Este relato simétrico comienza con una frase como la que sigue: Paul Auster es la sombra que oscurece mi camino como escritor. Ustedes dirán, lógicamente, que quién soy yo comparado con ese escritor estadounidense (si alguien puede ser no de un país si no de una ciudad, diría que Auster es más neoyorquino que norteamericano o estadounidense, al igual que Woody Allen). Y tendrán razón en la pregunta, pero permitánme que les cuente esta historia y entonces podrán comprobar si llevo o no llevo razón.

Todo comienza un lejano día de no recuerdo que mes y ni siquiera el año, pero podría ser en torno a mediados de la década de los noventa del pasado siglo. Yo era un joven estudiante de periodismo con deseos de convertirse en escritor. Como lector empedernido que era (cuasi un letraherido), leía prácticamente todo lo que caía en mis manos. Y a mis manos llegó “Trilogía de Nueva York”, la novela de Paul Auster, que contiene tres relatos breves titulados “Ciudad de cristal”, “Fantasmas” y “La habitación cerrada”. Creo recordar que es en el segundo fragmento de esta trilogía en la que un escritor que responde a las mismas iniciales que Paul Auster, es decir, P. A. Responde a una llamada de teléfono. Alguien le pregunta si allí vive el detective Paul Auster. P. A. Responde que no. Tras una segunda llamada equivocada, el escritor se pregunta que pasaría si en una tercera llamada dijera que sí, que él mismo es el detective Paul Auster. Y, tras esperar un tiempo que se le hace eterno y durante el cual, cree haber perdido la oportunidad de su vida, recibe la tercera llamada y responde tal y como había estado pensando que lo haría si se presentaba esta ocasión:

-Sí, habla con el detective Paul Auster. ¿Qué desea?

A partir de ahí, el escritor P. A. Comienza a vivir una nueva vida que le llevará a abandonar a su familia, amigos y trabajo para dedicarse a tiempo completo a buscar a una joven muchacha que ha desaparecido de su hogar. Lo de menos es si la chica existe o es imaginaria. Lo transcendental es cómo a un hombre le cambia la vida tras un golpe de azar en el que responde afirmativamente a una llamada que no era para él. La escena final de la novela es conmovedora. El escritor P. A., que se ha hecho pasar durante dos años por el detective Paul Auster, cree atisbar desde su escondrijo de papel en un callejón a la chica que anda buscando. ¿Es realidad o es una fantasía de su mente?. No importa. Él lo cree así, y corre para ir en su encuentro. Nunca sabremos que pasará con el escritor P. A. Y con la chica desaparecida, pero podemos estar seguros de que la vida de P. A. Ha cambiado para siempre y que nunca volverá a ser P. A.

Desde que leí ese libro, Paul Auster pasó a formar parte de mi lista de escritores favoritos. Y comencé a leer todo lo que había publicado hasta entonces. Me fascinaba como era capaz de hacer creíble la casualidad, el más puro de los azares, sin sonar a falso o a inverosímil. Y sobre todo, me reconciliaba conmigo mismo como futuro escritor ya que me parecía que escribía de una manera sencilla y factible que me hacía pensar que yo también podía ser capaz de escribir así.

Después de haberme leído casi todo lo que publicó Auster, incluidos los guiones de las películas “Smoke” y “Lulu on the bridge” y algún libro autobiográfico como “El cuaderno rojo” y “Creí que mi padre era Dios”, le dejé un poco de lado y me interesé por otros autores. No citaré nombres, pero desde pequeño me ha fascinado la literatura de terror y negra. Sobre 1997, se me ocurrió una historia de fantasmas que aunaba otra de mis grandes pasiones –en la que también creo que coincido con Auster- el cine.

Se trataba de un breve relato que nunca llegué a terminar porque me pareció demasiado inverosímil, demasiado fantástico. A grandes rasgos, la historia narraba como un joven aspirante a director de cine logra realizar un primer film soberbio, grandioso, una auténtica obra maestra que asombra a propios y extraños, que aúna a la crítica y al público. Con el paso de los años, sus siguientes películas no alcanzan la grandeza de ese primer film, titulado “El legado”. Ya mayor y retirado del cine, el viejo director se encuentra con un periodista que quiere escribir un libro sobre su cine. La complicidad que se crea entre el periodista y el director de cine hace que éste le cuente cómo se gestó realmente “El legado”:

-¿A qué directores te recuerda “El legado”?.- preguntó el director, mirándome fijamente como queriendo ver mi pensamiento.

-Así, a bote pronto, le diría que tiene un aire clásico. Pero no en el sentido de lo que hoy llamaríamos clásico, es decir, el cine de los años 30, 40 y 50. No. “El legado” es preclásica, podríamos decir. Me recuerda a los creadores del cine, a un Griffith, un Melies, un Wiene, a un Murnau. Ese tipo de cine iniciatico.

-Has citado precisamente a dos de los cuatro directores que me dieron su legado para que yo pudiera filmarlo.

Por eso digo que era una historia de fantasmas. Los fantasmas de cuatro directores se le habían aparecido a nuestro joven director y le dictaron cómo tenía que rodar la película “El legado”.

Muy pronto se estancó esta historia porque no le veía una salida posible. Hubo varias alternativas pero ninguna me llegaba al alma y me apremiaba a seguir apostando por esta historia.

Al cabo de un año, surgió una variante. El director se llamaba Rogelio Cabrera y era un remedo de aquel director primigenio. Pero éste no había sido ayudado por fantasmas para hacer su primera película, que mantuvo el título. También aparecía un periodista de mediana edad que conseguía entrevistarse con Cabrera. En definitiva, le quité a la historia toda la parte sobrenatural y la situé justo encima de la tierra. La idea principal era el éxito versus el fracaso. Un director anciano que vivió el éxito en su juventud con su primera película, “El legado”, y cuya buena estrella se fue apagando según iba realizando nuevas películas. Enfrente, un periodista cuarentón que se siente un fracasado.

Intenté avanzar en esta historia que tenía muchos más visos de hacerse realidad que la historia de fantasmas. Rogelio era ahora César Cabrera. Un simple cambio de nombre pero una misma biografía que comenzaba con el año en que dirigió “El legado”. Veintisiete años más tarde, con siete películas realizadas, abandona el mundo del cine al darse cuenta de que jamás logrará superar la calidad de su primer largometraje.

Mi antiguo blog