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lunes, 26 de julio de 2010

La "solitude" del peregrino

Tras 23 días caminando en solitario, ha conseguido el reto. Ignacio García Broceño, dueño de la Creperie Le Breizh ((c/ Jara, 8), se ha convertido en el primer ciudadrealeño que realiza el Camino de Santiago Manchego a pie. Salió el pasado 28 de junio desde Ciudad Real y llegó a Santiago de Compostela el 20 de julio. Un día después estaba en su casa tras un trayecto de vuelta en tren. “Todas las dificultades y sufrimientos que he tenido compensan”, asegura con una sonrisa de satisfacción en la boca.

Sólo él sabe lo que ha sufrido en estos 23 días caminando, la mayor parte de ellos solo (“solitude”, la llama él, que significa soledad en francés), en los que el cansancio, las ampollas y otros problemas físicos no hicieron mella en su fortaleza mental: “Mi única idea era llegar a Santiago, lo demás no importaba”.

El reto comenzó ese soleado día de junio. Con todo su equipamiento alojado en una gran mochila, su credencial huérfana de sellos en los bolsillos y un palo, a modo de bastón, para ayudarse en el andar, Ignacio salió de Ciudad Real sin saber si lograría llegar a Santiago de Compostela, porque cuando uno inicia una aventura de este calibre, nunca sabe si el físico le permitirá alcanzar la meta. Todo son incertidumbres. Entre las primeras dificultades, Ignacio habla de lo mal señalizado que está el camino en su recorrido por Castilla-La Mancha, que le hicieron confundirse y recorrer, calcula, unos 40 kilómetros de más de los 802 que separan Ciudad Real de Santiago.

Otras de las dificultades fueron físicas. El eterno problema de las ampollas en los pies, un mal habitual cuando se camina mucho y a pleno sol. Ignacio ha hecho una media de 39 kilómetros por día, una marca poco habitual que le ha llevado a lograr su reto en 23 días. Aún así, ha llegado a recorrer 58 kilómetros en un solo día. Con el sol todo el día dando de cara en una Castilla y León sin sombras en las que cobijarse, el sudor era otro problema, por eso, insiste en que la higiene es fundamental: “Hay que lavarse continuamente y cuidar los pies para que no salgan ampollas”. Y si salen, no queda más remedio que parar y curarlas para que el peregrino pueda seguir su camino.


Lo bueno y lo malo


Ignacio cuenta divertido el gran número de montañas que ha tenido que subir y bajar. “Siempre que veía una montaña a lo lejos, le hacía una foto y me decía: Ésta no tendré que subirla, seguro que el camino rodea la montaña, pero luego resultaba que el camino me obligaba a subir esa montaña”, relata. Así que paciencia y a subir esa montaña y la siguiente y la de más allá hasta llegar al Monte Do Gozo, el punto más feliz de su viaje: “Llegas allí y ves una pancarta en la que pone Santiago de Compostela a 4,7 kilómetros y sabes que ya has llegado”.

Pero cuando uno hace un viaje tan largo, también hay momentos malos. Aparte de los problemas físicos, el peor día ocurrió llegando a Benavente (Zamora). Le acompañaba un joven leonés con el que había recorrido varios kilómetros. Vieron una patrulla de la Policía que les advirtió de que había habido un siniestro entre dos vehículos: “Dijeron que no mirásemos al andén, que había muertos. Yo no quise mirar pero el otro los vio y pasó un día muy jodido. Pensé que la vida era muy cruel con esa gente que había salido de su casa temprano para pasar el día en algún sitio o para ver el partido de España y mira lo que les había sucedido y me dije, mira en lo que se resume la vida. Fue el día más triste del viaje”.

Tiene un sinfín de anécdotas que contar pero entre ellas destacaríamos la de la solidaridad y el compañerismo de las gentes que ha encontrado en su caminar. A pesar de que Ignacio ha realizado el camino en solitario, en su ruta ha hecho amigos e incluso ha llegado a acompañar sus pasos con los de otros compañeros de aventura. Recuerda el día de la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Se encontraba en Benavente (Zamora), kilómetro 470 del recorrido, junto a otros peregrinos. Llegaron hasta la Asociación San Vicente de Paul y allí les acogieron con el cariño y la simpatía de quienes ven el camino como un sentimiento más allá de lo religioso, no como un negocio. El presidente de la asociación les invitó a comer. Disfrutaron de la victoria de España y, con una sonrisa en la boca, reanudaron el camino al día siguiente con un bocadillo y un litro de zumo de naranja que aquel hombre les regaló. “Son gestos que no olvidaré”, afirma Ignacio.


"Solitude"

También cabe hablar de decepciones. Asegura que el único momento en que pensó en darse la vuelta no tuvo nada que ver con el cansancio físico o con la falta de fortaleza mental. Recuerda que cuando llegó a Astorga (León), se vio rodeado de un camino muy diferente al que había estado recorriendo durante varios días y que no era el que esperaba. Aquello podría denominarse el supermercado del Camino de Santiago. Tal era la masificación y el negocio que le rodeaban -gente que hace el camino como quien va de romería- que Ignacio tuvo un momento de decepción: “Llamé a mi mujer y le dije que me volvía, que esto no era lo que yo buscaba”. Ella le dio ánimos y le dijo que no podía abandonar ahora que estaba a mitad de camino. Y así hizo, intentando olvidarse de la multitud que lo sobrepasaba y a la que luego veía sentada en mesas tomando un aperitivo. Él a lo suyo, a terminar su andadura, con los pies llenos de ampollas y un sueño en la cabeza: alcanzar Santiago de Compostela. El mundanal ruido no iba a apartarle de conseguir su reto.

Cuando llegó a Santiago no aguanto allí mucho tiempo. El tiempo justo para acudir a misa, para que le sellaran la credencial y para recibir la “Compostela”, el certificado que acredita haber recorrido el Camino de Santiago. Enseguida se volvió a Ciudad Real porque aquella masificación no era para él, que buscaba una sensación de “solitude” (Ignacio usa esta palabra porque este idioma es su segunda lengua, ya que ha vivido muchos años en Francia) y de encontrarse consigo mismo que sólo encontró en las primeras etapas y en las noches dormidas con el cielo y las estrellas como techo y la luna como única luz.

Los mejores sueños son aquellos que se cumplen. Ignacio ha cumplido el suyo y ahora se cogerá unas vacaciones para descansar. “Cuando llegas a casa, te sientes desubicado y te relajas tanto que te duele todo el cuerpo”, asegura. Pero se siente satisfecho y asegura que volverá el año que viene a Santiago, “en bicicleta y haré ida y vuelta”. Será, como el de ahora, un reto contra uno mismo y en solitario.