Páginas

lunes, 22 de octubre de 2012

Así es la vida


El otro día, en plena jornada electoral, entré en un bar de mi barrio a comprar tabaco y me encontré con el padre de un viejo amigo de infancia y juventud. Como hacía mucho tiempo que no sabía nada de su hijo -por azares de la vida, él y yo hemos vivido durante mucho tiempo lejos de nuestra ciudad de nacimiento- le pregunté a su padre qué era de mi amigo, ya que aunque no nos veamos casi nunca, a los mejores amigos de la infancia no se les olvida nunca y siempre le consideraré un amigo. Me dijo, enjuto, pelo encanecido revuelto, ropa dos o tres tallas más grande, arrugas de la cara como marcas de una vida dura de trabajo de sol a sol, me dijo, repito, que no sabía nada de su hijo desde agosto. Puede parecer poco tiempo como para que un padre viudo, su mujer murió hace unos años, no recuerdo la fecha exacta pero sí recuerdo que estuve en su funeral, se sienta abandonado por su único vástago: hasta el mejor y más amado de los hijos puede olvidarse de llamar a su padre para saludarle. 

Fue lo siguiente que dijo lo que me alertó: "Ha vuelto a las drogas y no sé si sigue viviendo en Francia (lo último que supe de él es que trabajaba de cocinero en un restaurante de un pequeño pueblo de la zona rural vasco francesa) no sé si trabaja, no sé nada". Y pensé, maldito seas pensamiento retorcido, el chico puede haber muerto y su padre no sabe nada. Deseché esa macabra y amarga idea -macabra por lo evidente, amarga porque perder amigos de la infancia y juventud es un poco ir perdiendo esa misma infancia y juventud: te vas quedando sin gente con quien recordarla.

Y entonces me sobrevino un sentimiento doble: pena y rabia. Pena por ese hombre de edad indefinida pero más cercana a la muerte que a la vida que quizás había perdido para siempre a su hijo, metafóricamente hablando, y rabia porque el asunto de las drogas era un viejo conocido en este amigo.

Precisamente fueron las drogas las que alejaron a este amigo de sus por entonces amigos de infancia. Fue el primero de la cuadrilla que fumó un cigarrillo y también fue el pionero en fumar porros. Para los demás, aquella actitud de rebeldía, que todos sabíamos que se había producido por culpa de enterarse con unos 14 o 15 que era adoptado, no nos gustó. Éramos unos críos y estábamos felices de seguir siendo críos que jugaban al baloncesto y se iban a casa un sábado a las diez de la noche. Mi amigo no; él quería ser mayor con 15 años, quería beber, salir, fumar y hacer todo lo que nos estaba vedado a hijos de familias normales de clase media cuyo único afán es quedar bien con sus padres. 

Recuerdo que por aquellos años, mi madre me dijo que dejáramos de salir con él, que era una mala influencia para nosotros. Y yo, posiblemente enfrentándome con ella por primera vez, quizás con unos 16 años, le dije a mi madre que era yo la mala influencia para él: un vano intento de resguardar a aquel amigo frente a la opinión que nuestros padres tenían de él. 

Nosotros quisimos, e intentamos, que volviera a nuestro redil, que volviera a jugar al baloncesto con nosotros, al fútbol, a palas, a lo que fuera que no incluyera alcohol y porros. Éramos unos críos. Él ya no y así se fue alejando cada vez más de nosotros y de sus padres, y ya casi ni le veíamos, y eso que vivía dos pisos encima de la casa de mis padres. Cuando la cuadrilla de críos se hizo mayor y empezó a conocer los placeres de una noche de alcohol, baile y chavalas, nuestro amigo ya no estaba allí con nosotros para que viera que ya no éramos unos críos. Él había dado otro paso hacia adelante en la escalada de las drogas y nunca podríamos alcanzarle. 

Pasaron los años y le veíamos de vez en cuando, disfrazado, más que vestido, de punki o de pies negros, que era como en los ochenta y noventa llamábamos a los tipos que vivían en la calle, de aquí para allí, de juerga en juerga, de droga en droga cada vez más lejos del mundanal ruido. Siempre le traté como si fuera mi colega pero estaba claro que ya no pertenecíamos al mismo mundo.

Hubo una ocasión en la que me sentí mucho más culpable que en la de ahora que he visto a su padre: su madre, una mujer que hablaba rapidísimo y mezclaba euskera y castellano (y fue profesora de mi tía, cuando ésta era una niña), nos echó en cara a nosotros, sus amigos del barrio, de haberle abandonado y de que se metiera en las drogas y estuviera desaparecido por temporadas que podían ser de semanas o meses. Y yo pensé, comentando esto con aquellos amigos que empezábamos a dejar de ser unos críos: "Nosotros hicimos lo que pudimos, él es un rebelde y nunca se dejó manejar por nadie".

Durante aquella época mala suya le vi dos veces. La primera fue en fiestas de un pueblo, no recuerdo cual. Estaba tirado en un parque con unos colegas suyos, todos pies negros o perro flautas como les llaman en otras ciudades españolas. Me acerqué, le saludé pero él no dio síntomas de reconocerme, de lo cocido o drogado que estaba. 

La segunda vez que le vi volvíamos en coche, un Renault 5, desde el barrio de Romo (en Las Arenas) hacia Leioa, sobre las cinco o seis de la mañana de un domingo. De pronto le vimos caminando por la calle, solo, seguramente que volviendo a casa. Paré el coche, le saludamos como si hubiéramos estado con él tomando unos tragos hace poco. Le dije que se metiera en el coche que le llevábamos a casa. Nos lo agradeció y subió. En el trayecto hablamos de lo que se suele hablar cuando vuelves a casa después de una noche de fiesta: qué bien lo hemos pasado, he ligado con una chavala, vaya cocidón que llevas, colega... esas cosas.

Pasó el tiempo y siempre que les veía, preguntaba a sus padres cómo estaba su hijo, qué sabían de él. Con este amigo siempre ha sido así: tenías que preguntar a alguien por él para saber de su vida. Bueno, siempre no, simplemente desde que decidió ser mayor a la edad en que todos pensábamos en jugar.

Así me enteré que había vuelto a casa, había dejado la vida de nómada que llevaba, había dejado las drogas (me dijo él mismo un día que me lo encontré que llevaba dentadura postiza: una de las secuelas de las drogas), y había empezado a estudiar para ser cocinero en una conocida escuela de hostelería de Portugalete. Incluso se había echado novia. Intentaba llevar una vida normal, como si todos esos años que había pasado en el limbo no hubieran existido. Y lo consiguió.

Traté de incluirle en mi cuadrilla de aquellos años, ya que suponía que había roto con todas las amistades de sus años salvajes. Lo hice por él pero también por egoísmo: quería volver a tener a ese colega entre mis amigos. Hubo dos o tres salidas que no cuajaron, en parte por él mismo, que no sentía cómodo entre nosotros y en parte por algunos ex colegas que no le veían con buenos ojos. 

Así las cosas, le volví a perder de vista. En el año 2003, yo me marché a Ciudad Real a trabajar en un periódico y no regresé hasta el año 2008 -un breve plazo de tres meses- para volverme a ir a Ciudad Real hasta marzo de 2011. En total, unos ocho años lejos de Leioa, Bilbao y todo lo que me había rodeado durante mis primeros 30 años de vida. Es lógico que vayas perdiendo el contacto con mucha de la gente con la que has tratado en todo ese tiempo. Ahora, me queda lo que yo llamo el núcleo, los amigos que siempre han estado allí y creo que siempre estarán. Después de ocho años alejado de Bilbao, las amistades que perduran son las verdaderas, supongo... deseo.

Mis viajes a Bilbao se fueron espaciando según me adentraba en mi nueva vida en Ciudad Real y al cabo de dos años, ya sólo iba unas cuatro o cinco veces al año. Pero os puedo asegurar que siempre que regresaba a casa preguntaba por este amigo a quien me pudiera decir algo: sus padres, los míos, vecinos del portal, amigos comunes del barrio. 

En esas breves estancias en Leioa tuve la oportunidad de encontrármelo y charlar con él, ocasiones en las que parecía que el tiempo no había pasado y que seguíamos siendo esos críos que quedaban en el portal para ir a jugar a baloncesto o lo que fuera. Así me enteré de que vivía en un pueblo del sur de Francia desde hacía bastante tiempo y de que trabajaba de cocinero y de que tenía novia (no sé si la misma de cuando estudiaba hostelería o una chica nueva) y le vi bien. Nos pasamos los teléfonos para quedar algún día, circunstancia que nunca se produjo porque ambos vivíamos fuera y eso nos impedía hacer planes para juntarnos en nuestro punto de unión, el edificio donde crecimos. Las veces que nos vimos siempre fueron por puro azar, menos el día del funeral de su madre, donde nos juntamos de nuevo varios de aquellos amigos de infancia y juventud para apoyar a este colega en ese trance.

A pesar de no verle, yo me sentía tranquilo porque él me decía que estaba bien, trabajando y todo eso, ja, ja, ja, ya sabes, no me puedo quejar. Pero al hablar con su padre el otro día, he descubierto que no es así. Por circunstancias que desconozco, mi amigo ha vuelto a las drogas. Puede ser porque ha perdido el trabajo, porque le ha dejado la novia, porque tiene deudas de dinero, no lo sé. Sólo sé lo que le diría si le viera ahora: "Colega, deja esa mierda y recupera tu vida tal y como ya hiciste una vez. Y, por favor, no vuelvas a amenazar y a pegar a tu padre... no se lo merece... es un buen hombre".

Simplemente, me dio pena la conversación que tuve con el padre de este amigo. Pena por el hombre mayor, pena por su hijo y pena, incluso, por mí, el tiempo pasa y cada vez queda menos gente con la que recordar lo felices que fuimos cuando éramos unos críos en este barrio que nos vio nacer y crecer.


miércoles, 6 de junio de 2012

Una temporada inolvidable


La llegada de Marcelo Bielsa al Athletic Club de Bilbao en la temporada 2011/12 ha desatado la locura en la capital vizcaína y en los pueblos de alrededor. El mérito es tanto del técnico argentino como de unos jugadores que han aceptado el desafío. A los futbolistas ya consagrados como Fernando Llorente, Javi Martínez, Iraola y Muniain se han unido un grupo de jugadores que han crecido mucho con Bielsa, como Susaeta, Iturraspe, Aurtenetxe, De Marcos o Ibai Gómez. Sin olvidar a un Amorebieta que ha hecho, posiblemente, su mejor temporada en el Athletic; un Ander Herrera que ha demostrado con creces la clase que atesora; y un Toquero que no ha perdido su carisma y al que la afición bilbaína idolatra. 
Bielsa nos ha demostrado que este equipo puede jugar bien al fútbol y encandilar a la afición propia y a la ajena con un juego que guarda ciertas similitudes con el del Barça de Guardiola -no en vano, el catalán es un enamorado del trabajo que ha realizado durante muchos años el argentino- y que ha llegado a cotas inimaginables hace sólo un año. Buena prueba de esto son los dos partidos jugados frente al Manchester United, sobre todo el de la ida, jugado en el llamado “Teatro de los sueños”: Old Trafford, un duelo de ensueño que será uno de los más recordados en los próximos años, y al Schalke, al que se eliminó con eficacia y eficiencia. 
La Europa League y la Copa del Rey han sido los puntales de la excelente temporada del Athletic de Marcelo Bielsa que se ha plantado en ambas finales. Cada partido jugado entre semana ha congregado a miles de aficionados en las calles de Bilbao y en las de otros pueblos donde se vive con fervor la religión rojiblanca, desbordando las previsiones del propio club. La alegría se ha disparado en uno de los peores momentos posibles, con la tremenda crisis que nos atenaza.
En el debe del equipo que dirige Marcelo Bielsa queda la decepción por haber perdido las dos finales frente al Atlético de Madrid (Europa League, 09/05/2012) y el FC Barcelona (Copa del Rey, 25/05/2012), en el que fue el último partido de Guardiola con los azulgranas.
De todas maneras, nos quedamos con lo positivo que ha dejado la temporada realizada por los rojiblancos. La plantilla tiene margen de mejora y toda la afición está deseando que la próxima temporada se logre un título para un club grande que lleva demasiado tiempo sin coronarse en lo más alto de la cima. 
Cierto es que será difícil igualar lo conseguido en esta primera temporada de Bielsa. Alcanzar dos finales no es algo que se haga todos los años, salvo para los dos grandes de la liga española, y ni incluso ellos, Real Madrid y FC Barcelona, lo consiguen con facilidad. Aún así, debemos confiar en un hombre que ha sacado lo mejor de una plantilla joven e ilusionada y que, gracias al apoyo de su afición, tiene todo el futuro por delante.

jueves, 17 de mayo de 2012

La última es la más triste


Se estaban despidiendo en la estación de tren desde donde ella partiría a un nuevo destino. Ella regresaba de haber dejado las maletas en su asiento. Él la vio caminar hacia él mientras, agachado, se ataba los cordones de las zapatillas de deporte. El tiempo se ralentizó sobre manera. Cada paso de ella acercándose a él para despedirse duraba un minuto. Lo mismo que él tardaba en atarse los cordones. Ella se acercó a él y él se levantó atropelladamente, sin haber terminado de atarse los cordones. ¿Quince minutos para atarse los cordones?, no, realmente habían pasado solo quince segundos. Ella le miró con una media sonrisa, él se sintió estúpido. Amagaron con darse un abrazo que no llegó a buen término. Ella dejó que le besara las mejillas a modo de despedida definitiva y él aprovechó para embriagarse de su aroma por última vez.
Entonces, al separarse, fue cuando él le preguntó: "¿Te veré una vez más?"; "Sí, pero será la última", respondió ella. Dejó que ella se marchara como se marchan las mujeres que dejan atrás algo o alguien que ya no tiene interés para ellas: caminando orgullosa, con la cabeza alta y sin mirar atrás. Él se quedó como se quedan los hombres cuando se aleja para siempre la mujer que aman: con la cabeza agachada, el corazón abatido y el deseo de que ella se volviera para dedicarle una última mirada acompañada de una sonrisa.
Muchos años después, en el último suspiro de su vida, él recordó aquel episodio. Nunca supo más de aquella mujer aunque siempre la recordaba con cariño. Sabía que guardaba un as en la manga, la promesa de ella de verse por última vez, y nunca se atrevió a jugarlo en la partida de la vida. Sabía que nunca se atrevería a agotar esa última baza porque estaba seguro de que prefería vivir con la ilusión de que volvería a ver a esa mujer a saber con certeza que nunca más la vería. Y así murió, con la esperanza de volver a verla una última vez.

viernes, 4 de mayo de 2012

El Parlamento vasco da su visto bueno a la tramitación de la proposición de ley de creación del Colegio Vasco de Periodistas



Me hago eco de la propuesta de Colegio de Periodistas que impulsa la Asociación Vasca de Periodistas- Euskal Kazetarien Elkartea, de la que soy socio, y que se debatirá en el Parlamento Vasco.


.El proyecto ha sido impulsado desde la Asociación Vasca de Periodistas- Euskal Kazetarien Elkartea.
.Se creará una ponencia parlamentaria para debatir la proposición de ley.
.La AVP-EKE muestra su alegría por el respaldo recibido, importante en unos tiempos difíciles para los trabajadores de los medios de comunicación.

El pleno del Parlamento vasco ha aprobado tramitar la proposición de ley para el Colegio Vasco de Periodistas, iniciativa impulsada por la Asociación Vasca de Periodistas-Euskal Kazetarien Elkartea (AVP-EKE).
La proposición de ley, cuya iniciativa legislativa la ha ejercicio el propio Parlamento, fue respaldada por los grupos parlamentarios Socialistas Vascos, Popular Vasco, Mixto-Ezker Anitza-IU y Mixto UPyD, mientras que el grupo Nacionalistas vascos se abstuvo y votaron en contra Aralar y Mixto-Eusko Alkartasuna.
A partir de ahora, la dinámica parlamentaria establece que se creará una ponencia específica, en la que los diferentes grupos podrán invitar a diferentes estamentos de la sociedad y de la profesión periodística para recabar sus opiniones. Como todo trámite parlamentario la proposición de ley queda sometida a la posibilidad de enmiendas que puedan mejorar el texto inicialmente planteado.
La AVP-EKE quiere mostrar nuestra alegría por los pasos que se van dando para la consecución de un proyecto que “será fundamental para seguir defendiendo a los profesionales de la información que cada día trabajan para que la sociedad reciba información veraz y detallada de lo que sucede”. La creación del Colegio Vasco de Periodistas “subrayará la importancia que tiene para las sociedades democráticas el ejercicio de un periodismo serio y responsable e impulsará a los profesionales que lo ejercen dentro de la comunidad autónoma vasca”. Asimismo, la AVP destaca la importancia que este tipo de iniciativas tendrán en el futuro para “una profesión que vive un momento crítico, con cierres de medios, EREs, precariedad laboral, crisis de modelo y altas cotas de desempleo”.
La existencia de otros colegios, como el de Catalunya, Galicia, Murcia o el recién creado en Andalucía, son ejemplo de la importancia de las iniciativas que se están desarrollando para la defensa de la profesión.
La AVP-EKE desea que la iniciativa parlamentaria pueda concitar el mayor consenso posible, lo que redundará en beneficio de una profesión básica para las sociedades democráticas y en la labor de los profesionales.

jueves, 19 de abril de 2012

Prólogo a un relato que no existe - (La desgracia de querer ser escritor)


“Para escribir hay que dejar de ser escritor, porque una cosa es querer ser escritor o pensar que se es escritor, y otra muy distinta es escribir”. (Enrique Vila-Matas)

“Leer a alguien que me gusta mucho es una formula para tener ganas de escribir. Uno se pone a escribir no porque tiene una oficina y una especie de maquina para hacer novelas, si no un poco porque lees a alguien que te gusta mucho y te gustaría hacer algo como ha hecho él”. (Enrique Vila-Matas)


“Al cabo, me di cuenta de que me había condenado al decirme aquella frase: -Usted dedíquese a escribir. No haga otra cosa en la vida”. (‘Paris no se acaba nunca’, de Enrique Vila-Matas)


“Writing is no longer an act of free will for me, it’s a matter of survival”. (Paul Auster)“Escribir ya no es un acto de libre voluntad para mí, es una cuestión de supervivencia”


Este relato simétrico comienza con una frase como la que sigue: Paul Auster es la sombra que oscurece mi camino como escritor. Ustedes dirán, lógicamente, que quién soy yo comparado con ese escritor estadounidense (si alguien puede ser no de un país si no de una ciudad, diría que Auster es más neoyorquino que norteamericano o estadounidense, al igual que Woody Allen). Y tendrán razón en la pregunta, pero permitánme que les cuente esta historia y entonces podrán comprobar si llevo o no llevo razón.

Todo comienza un lejano día de no recuerdo que mes y ni siquiera el año, pero podría ser en torno a mediados de la década de los noventa del pasado siglo. Yo era un joven estudiante de periodismo con deseos de convertirse en escritor. Como lector empedernido que era (cuasi un letraherido), leía prácticamente todo lo que caía en mis manos. Y a mis manos llegó “Trilogía de Nueva York”, la novela de Paul Auster, que contiene tres relatos breves titulados “Ciudad de cristal”, “Fantasmas” y “La habitación cerrada”. Creo recordar que es en el segundo fragmento de esta trilogía en la que un escritor que responde a las mismas iniciales que Paul Auster, es decir, P. A. Responde a una llamada de teléfono. Alguien le pregunta si allí vive el detective Paul Auster. P. A. Responde que no. Tras una segunda llamada equivocada, el escritor se pregunta que pasaría si en una tercera llamada dijera que sí, que él mismo es el detective Paul Auster. Y, tras esperar un tiempo que se le hace eterno y durante el cual, cree haber perdido la oportunidad de su vida, recibe la tercera llamada y responde tal y como había estado pensando que lo haría si se presentaba esta ocasión:

-Sí, habla con el detective Paul Auster. ¿Qué desea?

A partir de ahí, el escritor P. A. Comienza a vivir una nueva vida que le llevará a abandonar a su familia, amigos y trabajo para dedicarse a tiempo completo a buscar a una joven muchacha que ha desaparecido de su hogar. Lo de menos es si la chica existe o es imaginaria. Lo transcendental es cómo a un hombre le cambia la vida tras un golpe de azar en el que responde afirmativamente a una llamada que no era para él. La escena final de la novela es conmovedora. El escritor P. A., que se ha hecho pasar durante dos años por el detective Paul Auster, cree atisbar desde su escondrijo de papel en un callejón a la chica que anda buscando. ¿Es realidad o es una fantasía de su mente?. No importa. Él lo cree así, y corre para ir en su encuentro. Nunca sabremos que pasará con el escritor P. A. Y con la chica desaparecida, pero podemos estar seguros de que la vida de P. A. Ha cambiado para siempre y que nunca volverá a ser P. A.

Desde que leí ese libro, Paul Auster pasó a formar parte de mi lista de escritores favoritos. Y comencé a leer todo lo que había publicado hasta entonces. Me fascinaba como era capaz de hacer creíble la casualidad, el más puro de los azares, sin sonar a falso o a inverosímil. Y sobre todo, me reconciliaba conmigo mismo como futuro escritor ya que me parecía que escribía de una manera sencilla y factible que me hacía pensar que yo también podía ser capaz de escribir así.

Después de haberme leído casi todo lo que publicó Auster, incluidos los guiones de las películas “Smoke” y “Lulu on the bridge” y algún libro autobiográfico como “El cuaderno rojo” y “Creí que mi padre era Dios”, le dejé un poco de lado y me interesé por otros autores. No citaré nombres, pero desde pequeño me ha fascinado la literatura de terror y negra. Sobre 1997, se me ocurrió una historia de fantasmas que aunaba otra de mis grandes pasiones –en la que también creo que coincido con Auster- el cine.

Se trataba de un breve relato que nunca llegué a terminar porque me pareció demasiado inverosímil, demasiado fantástico. A grandes rasgos, la historia narraba como un joven aspirante a director de cine logra realizar un primer film soberbio, grandioso, una auténtica obra maestra que asombra a propios y extraños, que aúna a la crítica y al público. Con el paso de los años, sus siguientes películas no alcanzan la grandeza de ese primer film, titulado “El legado”. Ya mayor y retirado del cine, el viejo director se encuentra con un periodista que quiere escribir un libro sobre su cine. La complicidad que se crea entre el periodista y el director de cine hace que éste le cuente cómo se gestó realmente “El legado”:

-¿A qué directores te recuerda “El legado”?.- preguntó el director, mirándome fijamente como queriendo ver mi pensamiento.

-Así, a bote pronto, le diría que tiene un aire clásico. Pero no en el sentido de lo que hoy llamaríamos clásico, es decir, el cine de los años 30, 40 y 50. No. “El legado” es preclásica, podríamos decir. Me recuerda a los creadores del cine, a un Griffith, un Melies, un Wiene, a un Murnau. Ese tipo de cine iniciatico.

-Has citado precisamente a dos de los cuatro directores que me dieron su legado para que yo pudiera filmarlo.

Por eso digo que era una historia de fantasmas. Los fantasmas de cuatro directores se le habían aparecido a nuestro joven director y le dictaron cómo tenía que rodar la película “El legado”.

Muy pronto se estancó esta historia porque no le veía una salida posible. Hubo varias alternativas pero ninguna me llegaba al alma y me apremiaba a seguir apostando por esta historia.

Al cabo de un año, surgió una variante. El director se llamaba Rogelio Cabrera y era un remedo de aquel director primigenio. Pero éste no había sido ayudado por fantasmas para hacer su primera película, que mantuvo el título. También aparecía un periodista de mediana edad que conseguía entrevistarse con Cabrera. En definitiva, le quité a la historia toda la parte sobrenatural y la situé justo encima de la tierra. La idea principal era el éxito versus el fracaso. Un director anciano que vivió el éxito en su juventud con su primera película, “El legado”, y cuya buena estrella se fue apagando según iba realizando nuevas películas. Enfrente, un periodista cuarentón que se siente un fracasado.

Intenté avanzar en esta historia que tenía muchos más visos de hacerse realidad que la historia de fantasmas. Rogelio era ahora César Cabrera. Un simple cambio de nombre pero una misma biografía que comenzaba con el año en que dirigió “El legado”. Veintisiete años más tarde, con siete películas realizadas, abandona el mundo del cine al darse cuenta de que jamás logrará superar la calidad de su primer largometraje.

Mi antiguo blog

jueves, 9 de febrero de 2012

¿Esto era el Estado de Derecho?

La noticia es ya conocida por todo el mundo: El Tribunal Supremo ha decidido acabar con la carrera judicial del juez Baltasar Garzón por un quítame allá esas escuchas que así no hay derechos, que no puedo yo ayudar a mi defendido, el pobrecito, acusado de haber robado unos cuantos miles de euros, dinero del que yo me beneficio para poder defenderle como se merece. Esto es la Justicia al revés, darle la vuelta al Estado de Derecho: protejamos a los pobres acusados de la Gürtel, a sus abogados, que se lucraban con el dinero robado a las arcas públicas y acusemos al juez prevaricador, que no sólo ordena las escuchas, si no que, según argumentaron los propios acusadores de Garzón, defensores de varios de los imputados en la trama de corrupción Gürtel, intentaba conocer cuál iba a ser la estrategia de defensa.
Lo dicho: una pena y una auténtica vergüenza.

lunes, 16 de enero de 2012

Ahogados por la crisis



Son las cinco de la tarde de un día laborable que ha estado marcado por la lluvia y por la grisura. Antonia, -nombre ficticio- de 56 años, está levantando la persiana de una pequeña mercería situada en una esquina de una conocida calle de la ciudad. Es un negocio alejado de las multitudes que recorren y gastan en la llamada milla de oro comercial, pero aún siendo un comercio de barrio, en sus 20 años de vida han ido tirando como han podido, a veces bien, a veces mal, y a veces peor, pero nunca tan mal como en los últimos dos años. Esperamos a que Antonia abra la persiana y la abordamos. Es una mujer vivaz y dicharachera y no le importa soltar a bocajarro que se plantea cerrar el negocio. "Ya no me salen las cuentas, y no es de ahora, llevo así casi dos años".

Esta mercera asegura que se está planteando cerrar el negocio pero tiene miedo al futuro. Según dice, carece de ahorros suficientes para poder tirar una temporada y se queja también de que a su edad, y tras veinte años detrás de un mostrador, le va a ser muy complicado encontrar otro trabajo. "Además, no me puedo jubilar todavía, soy joven para jubilarme", añade con media sonrisa en una boca que sujeta un cigarrillo rubio.

Es sólo un ejemplo, pero como Antonia hay muchas personas que han visto su futuro arruinado por culpa de la crisis. Porque en el último mes han cerrado en la zona hasta tres establecimientos de un total de diez. Hace veintiún días echó el cierre una librería, cuyo dueño ha acabado agobiado de deudas que intentará aliviar con el alquiler o la venta del local, que es de su propiedad. "No ha llamado nadie en este tiempo", se queja Andrés, quien relata que llevaba un año intentando traspasar el negocio a alguien que estuviera interesado, pero sabe que las grandes superficies y las cadenas de librerías hacen una competencia feroz contra la que no se puede luchar, y eso, afirma, "nos deja con el culo al aire" (palabras literales que no he querido suavizar).
Pero hay más ejemplos. Junto a la librería hay una carnicería y chacinería de las de toda la vida: "Sí, llevamos toda la vida intentando sobrevivir y ahora sólo nos compran los abuelos, las personas mayores", cuenta Joseba, un joven de 30 años que heredó hace cinco años el negocio de sus padres, ya jubilados.

Y qué podemos decir del bar, la típica tasca de barrio, que cuenta con una clientela fiel cuya media de edad supera los sesenta años y donde casi no entran mujeres. Allí atiende la barra Txema, un cincuentón que adquirió el bar en 1987 y que no llega a fin de mes desde hace tiempo. "Hace cuatro años compraba a mi distribuidor 12 cajas de vino -12 botellas en cada caja- a la semana; ahora, si vendo una caja a la semana voy contento", explica, y continúa con una particular verborrea que le hace muy querido entre sus vecinos, "si es que por aquí están casi todos en el paro y algunos hasta han dejado de cobrar la prestación, así es imposible vivir, no te digo ya tomarse un txikito o un aperitivo". "Están acabando con todos nosotros", suelta un parroquiano con txapela calada hasta las cejas y un vaso de vino tinto en la mano.

Seguimos nuestro recorrido por esta desangelada calle que puede servir de botón de muestra de lo que sucede en muchas calles de muchas ciudades españolas, la crisis ahoga y aprieta hasta que no te deja respirar. Dos comercios más que han cerrado en el último mes, una zapatería y una tienda de arreglos de ropa. Son, o mejor dicho, eran, dos negocios sencillos que tenían siete y catorce años de vida respectivamente cuyos dueños han aguantado hasta que han dicho basta. No pudimos hablar con ellos porque no viven en la zona.

Un poco más allá, junto a una sucursal de una conocida caja vasca, encontramos una persiana que debe llevar cerrada más de un año. Nos cuentan los vecinos que era una frutería. El cartel de "Se vende" está medio roto por culpa de las inclemencias del tiempo y el número de teléfono no se puede leer entero; difícil venta van a poder hacer así, aunque uno no puede evitar preguntarse si su estado es tan deteriorado porque nadie se ha preocupado por el anuncio.

Entramos en una tienda de ropa femenina y hablamos con Erika, una joven de 29 años que decidió iniciar su aventura empresarial en esta calle hace dos años, tras pasar los cinco anteriores como dependienta en tiendas de moda franquiciadas. Es la que menos se queja de la situación: "No me va tan mal, tengo clientas muy fieles que compran casi todo aquí, pero tampoco puedo competir con Zara o H&M y esas tiendas. Yo ofrezco otras cosas y la gente viene, mira mucho y compra algo, pero voy tirando", cuenta hablando como si disparara con una metralleta. Ella considera que lleva poco tiempo y confía en que el barrio se revitalice en pocos años gracias a un plan del Ayuntamiento.

Nos acercamos a un video club, negocios tan prósperos en otras épocas y ahora tan de capa caída, tanto que su dueño, Gorka, nos dice que gana más con las chucherías y otras cosas que con el alquiler de películas. "No me salva ni la zona porno, que hay un público muy fiel a ese tipo de cine, pero claro, con internet, que hay de todo, es imposible competir". Gorka es un tipo de empresario aguerrido: montó el video club en la época buena, los años ochenta; lo cerró en los noventa, cuando el negocio empezó a decaer y lo alquiló a una mujer que montó una tienda de todo a cien; cuando este negocio cerró, Gorka, dueño del local, decidió volver a montar el videoclub. Tiene otro trabajo y puede ir tirando pero ya se ve echando el cierre por segunda vez en su vida a su negocio de alquiler de películas.

Enfrente del video club hay una peluquería, negocios tan abundantes y a veces tan cercanos unos a otros que uno no se explica que todos puedan vivir, o sobrevivir, de lo fuerte que es la competencia. Lolo, de 48 años, es el dueño de la única peluquería que queda viva de las cuatro que llegó a haber en un tramo de unos 500 metros de la calle. Un auténtico superviviente que llegó a trabajar en Barcelona y que conoció épocas gloriosas, según afirma, y no puedo confirmar si son ciertas esas historias que cuenta o son simplemente una forma de darle un aire especial a sus cortes de pelo. "A mí no me va mal porque yo llevo muchos años en esto y todo el mundo me conoce, saben cómo corto, que tipo de peinado favorece más, soy un maestro de las tijeras". No lo dudo pero decido marcharme cuando me ofrece cambiar mi "look". Antes de su ofrecimiento, en ningún modo gratuito, me dice que cada vez entra menos gente, que muchas de sus clientas se van a los centros comerciales a hacerse "un todo", entre las compras compulsivas y la comida de plástico de menú de los restaurantes franquiciados de turno.

Son las ocho y está empezando a llover, de nuevo, y los charcos reflejan la tristeza de ánimo que se respira en las tiendas y negocios que he ido visitando. Quién más, quién menos tiene problemas para continuar con sus negocios. Cada vez hay más parados, cada vez hay menos dinero en los bolsillos y cada vez hay menos personas dispuestas a comprar algo.
Dicen los entendidos en economía que las crisis son momentos buenos para la imaginación y la creatividad, para intentar sacar provecho y salir reforzado, pero eso debe ser para los que siempre ganan, mientras otros van perdiendo día a día lo poco que tienen y lo que es peor: a nadie parece importarle.